martes, 27 de enero de 2009

EL ENIGMA DE LA MENTIRA NECESARIA

Ensor, La intriga (1890)












POLIGRAFÍA DE LA MENTIRA

La mentira, como indica Miguel Catalán en Antropología de la mentira (Taller Mario Muchnik, 2005), supone “un enigma intelectual y un escándalo moral”, pues aunque es abominada y condenada por unanimidad, la realidad evidencia que la mendacidad es consustancial al ser humano y todos mentimos en mayor o menor medida; bien sea con voluntad de causar daño, por diversión o como táctica defensiva. La mentira es inmanente al proceso de hominización y nunca existió una Edad de Oro de la inocencia humana.

Determinadas formas de la mentira ayudaron a la civilización a prosperar y prevalecer sobre el resto de especies vivas. A la postre, después de mentir se suele reconfortar la conciencia -y, al mismo tiempo, así se blanquea la mentira- aduciendo un propósito de enmienda que nunca se cumple. Incluso el pícaro o el tahúr levantan entre la gente una espuria admiración. Tan generalizado es el uso de los derivados de la mentira (ocultación, simulación, máscaras sociales, hipocresía, astucia, falacias...) que cuando, en determinados momentos, se dice la verdad resulta impertinente, obscena o “levanta resentimientos a su alrededor”.

En esa lógica, la falsedad sacraliza y la verdad estigmatiza. La convivencia social sólo es posible mediante ese juego, consensuado tácitamente, de falsedades e imposturas. Y así, conforme la sociedad gana en complejidad, los ardides de la mentira también progresan en ingenio y prácticas.
Y dale a tu decir sentido: / Dale sombra, decía Paul Celan. La sombra de la verdad es la mentira: la silueta perfilada de esa sombra permite presuponer los contornos proteicos de la verdad, pero ésta seguirá manteniéndose opaca. La mentira es un principio activo; la verdad, un imposible que se confunde con la “voluntad de verdad” (Klossowski). Esa voluntad está minada por la duda. La vida es más llevadera con las mentiras veniales que se confunden y alientan los simulacros de la realidad.

La mentira es fruto de la inteligencia y se vale del lenguaje para llevarla a la práctica. Gracias al lenguaje la mentira puede alcanzar un elevado grado de eficacia y perversidad. San Agustín decía que el lenguaje nos lo dio Dios para decir únicamente la verdad. Ese principio excluía incluso las mentiras“piadosas”. Sin embargo, los hechos desmienten esa interpretación teológica. Nuestra capacidad para mentir se remonta a los mitos fundadores que explican la caída de Adán y el castigo a Prometeo. En ambos, el hombre usará el engaño para alcanzar el conocimiento y lograr una cierta independencia del dominio omnímodo de los dioses. Que la mentira comporta una ambivalencia moral en su definición o condena, queda patente en esta suerte de aforismo:

Calaño: espécimen vanistorio y tontiastuto que parasita en los medios poéticos. Luce falsa heráldica y profusa mendacidad. Malsín que se enorgullece de su memez y se embriaga con su propio veneno (algunos creen, erróneamente, que la ebriedad que caracteriza sus broncas es a causa del alcohol).

(René Daumal)

Alberto Hernando

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