sábado, 18 de octubre de 2008

Agua no potable

En un encuentro sobre Machado de Assis que se ha celebrado estos días en Madrid, el profesor portugués Abel Barros Baptista realizó una reflexión muy interesante. En la época de Machado de Assis todos los escritores sabían lo que tenían que hacer: crear y ensalzar la identidad de un país recién creado. En este contexto, la obra de Machado de Assis supone una absoluta reivindicación de la libertad individual para la creación. Pasado cien años, esta cuestión plantea cuestiones muy interesantes —reflexiona Barros Baptista— como el hecho de que Brasil haya designado como escritor representante de la identidad nacional al escritor que más radical defensa realizó de la identidad individual. Machado de Assis, que adelantó todas las tensiones del siglo que le vio morir —hoy hace cien años y tres semanas—, también acertó en esta profunda contradicción del presente: una sociedad que sacrifica al individuo siempre en favor de unos valores colectivos, que han forjado individualidades radicales. Esta recuerdo de Machado de Assis viene a cuento de nuestro debate sobre la poesía amatoria. No le gusta a Juan Pablo Roa que abuse de la sociología. Una obra, me dice, empieza y acaba en las páginas que se abren y cierran como puertas (¿de pensión?). Bien, es muy interesante esta cuestión. Es un concepto altamente social y colectivo comprender las obras por cuanto objetivamente hay en ellas de valioso. Encomio a quien así piensa. Es de hecho el pensamiento que ha creado la corriente crítica más determinante de nuestro siglo pasado. Pero también en la crítica, creo yo, cabe asumir el legado de Machado de Assis: la libertad de comprensión de los textos. Y en virtud de ella, entender un libro no como un universo de signos escritos, sino como un universo de referencias heterogéneas, entre las que se mezclan el diálogo de lo leído con el acervo lector de quien lee, la simpatía o antipatía que despierten sus actos públicos o privados (¿dónde estará ya la frontera?), los paradigmas y modelos literarios en los que el lector crea o descrea, el cansancio de la tarde en que le tocó en suerte que abriera el libro, el desprecio o la mirada cómplice de la persona que se lo vendió o regaló, el acierto del editor al colocar una ilustración o su aplomo (o desplome) al redactar los elogios… todo forma parte de la experiencia lectora y de todo ello cabe hablar. Sólo existen lectores objetivos en la mente de los inquisidores de la literatura: ¿cuántas veces no se habrá utilizado la jerga crítica para otorgar privilegios a quien sólo los merece por razones no literarias? No se trata de que la cuestión sea moral o inmoral, sino de que el caño ofrezca agua potable o no potable. Un poema de amor es tan importante para comprender quién es uno en este mundo que cualquier fruslería lo aleja de nuestra memoria tal vez para siempre. Juan Pablo, no sólo hablo de lo que leo, sino también de aquello en lo que puedo creer o no creer como lector, o mejor, del agua que me sacia, o no sacia ninguna sed.
JAC
PD. Sigamos debatiendo, por favor. Pero subid aquí arriba: podéis colgar las entradas con vuestra clave.

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